martes, 23 de julio de 2013

Amor después del desayuno III

Mientras el tren avanzaba, Federico pensó en una de las apasionadas misivas que Noelia solía escribirle, en ella le confesaba que el arte de perfumarse en las mañanas se había transformado en un alucinante ritual donde deliraba desde su cuello, desde la parte de atrás de sus orejas, desde las sienes, desde el valle de sus pechos, desde la concavidad de su talle, desde las ingles, desde el ombligo, desde los tobillos, y desde la parte interior de los dobleces de codos, rodillas y muñecas, también desde la punta de sus cabellos. 
Además en el último enjuague de su ropa interior, para extender ese delirio y darles alma y espíritu a sus prendas, derramaba algunas gotas para sus sostenes, bragas, medias y lencerías, no se quedaban atrás los pañuelos, tampoco el vaporizado en los pliegues de sus faldas, en la seda de los forros de sus trajes, y en el interior de las pretinas de sus pantalones.
Era perfumar su aura y su iluminación para dejar tras de sí un maravilloso rastro y estela en cada uno de sus pasos de enamorada en un delicioso dispersarse de luz entre las arenas de oro de un mundo vivo y en las cosas vivas del mundo. Era el florecimiento cada mañana de sus sentidos desde la tierra y desde la naturaleza. Sí, era la apertura de la alegría de muchos horizontes donde ella y él celebraban con la copa en alto el triunfo de su embriaguez de estar en este mundo.
Ya no eran adolescentes para soportar físicamente estos incontenibles e incontrolados torrentes de amor y volcánicas pasiones, de eso eran conscientes. Sus temores aparecieron cuando se preguntaron si sus sueños estarían a la altura de tan gigantescas descargas amatorias. 
Todo empezó con pequeños malentendidos, reclamos insignificantes, reconvenciones por una cosa u otra que fueron escalando como era normal hasta que se salieron de sus manos, hasta convertirse en reproches infranqueables. Ya no bastaron entonces las confesiones de arrepentimiento de uno o de otro o de los dos al mismo tiempo,  tampoco los regalos de reconciliación. 
A veces se sumían en largas horas o días eternos en el abandono del uno por el otro donde cada uno deseaba volver a encontrar la pista del comienzo y la ilusión de sus miradas enlazadas, los brincos de felicidad del corazón saltando al corazón del otro. Era paradójico, entre más se reclamaban amorosamente el uno por el otro más se alejaban y nada podían hacer.
El miedo y el temor de perderse para siempre les obligó a pactar una tregua basada en su distanciamiento voluntario, donde los dos antes de reflexionar con la cabeza ardida, le darían tiempo suficiente al corazón para que decidiera, ya fuera por un nuevo periodo de un amor más sosegado o por un definitivo adiós. Bajo esta disyuntiva decidieron echar su destino como última tabla de salvación o punto final.
Hacía varios meses que no sabían el uno del otro, hasta que esta coincidencia fortuita de la foto de la pintura y su perfume abría un nuevo horizonte, Federico no tenía la menor duda que esa foto había pasado por las manos de Noelia, que tal vez ella estaba interesada en  ese cuadro y eso afirmó sus sospechas, sí, ella se veía en la mujer de la pintura, mirando hacia ese otro mundo donde los sueños tenían la respuesta que llevaba tanto tiempo esperando, la obra era un signo y símbolo inequívoco de ese otear en aquella dimensión donde él mismo la buscaba cada segundo de todos los días desde aquel día que no volvió a verla.
Mientras cavilaba en esto, con impaciencia por llegar cuanto antes, se imaginó la cafetería donde se encontraría dentro de unos minutos y a una hora exacta para desayunar con la curadora que había perdido la oferta del cuadro, la señorita Andreina Del Solar. Cuando Federico la contactó para notificarle que había perdido una especie de cotización le agradeció amablemente pero no mostró interés en recuperar el documento, actitud que cambió cuando él le manifestó querer comprar la obra. Dentro de poco Federico Martin se daría cuenta si volvería de nuevo su amor después del desayuno.


FIN     


martes, 16 de julio de 2013

Amor después del desayuno II

Cuando Federico Martin cerró el libro, un perfumado aire violeta golpeó su rostro cimbrando las profundidades de su memoria.
De sus labios se disparó con asombro un plural: ¡Noelias!
Noelias, eran las flores violetas en racimo de un junco aromático parecidas a las de la salvia, bautizadas por él con ese nombre en honor de Noelia Dejosé Iriarte una tarde luminosa colmada de besos y mucho amor.
Como amantes luchaban para mantener algo de su cordura.
Capeando esa avalancha desbocada de pasión y de locuras imaginaron curas y remedios, como el hacerse regalos sorpresa con la condición que en el fondo tuvieran una hermosa historia propia o extraña, los regalos sin historia quedaron proscritos.
Y esta historia del perfume fue una de ellas.
Federico Martin, conocedor de los perfumes de diseño en Firenze corazón de la Toscana, planeó entonces encargar una primera medida de un perfume exclusivo para Noelia.
El aroma del junco fue el ideal para representar la principal nota de fondo del perfume. Sus flores también estarían en la composición en las notas de salida pero solamente como insinuación, aunque su color fue el elegido como tintura.
El diseñador le explicó a Federico rápidamente, para que se hiciera una idea del proceso de diseño de un perfume: Imagínate, un florero; le dijo. Primero tenemos una vasija donde poner las flores, esa vasija nos representa las notas de fondo que son las de mayor duración, luego tenemos las notas del corazón, la notas del medio que serían los tallos de las flores, y por último tenemos las notas de salida que serían las flores y las que primero se perciben, también las primeras en desaparecer, las primeras en fundirse en el corazón… de los otros… Todo ese florero hay que hacerlo con la nariz, palpando, construyendo con el olfato hasta encontrar la manera que todo armonice, que florezca con máxima alegría. Seguidamente tomó un pedazo del junco frotándolo con algo parecido a una piedra suave, la puso en una de las palmas de su mano y como si arrullara una pequeña criatura a la altura de su pecho olfateó a esa distancia exclamando; ¡maravilloso, maravilloso, maravilloso. Tu novia será una privilegiada por merecer esta fortuna de la naturaleza!  
No fue ella la única privilegiada, también lo fue Federico Martin. Como amantes en plena erupción sus sentidos se habían agudizado, y el olfato que poca atención merece en los días sin amor se constituyó en su guía lujuriosa para trenzarse en las complicidades sensuales que el universo en su infinita generosidad les ofrendaba.  

Ese ir a ciegas a veces de la mano, a veces separados, en un mundo de olores completamente nuevos e inimaginados, donde el olor anudado de sus pasiones eran las principales notas de entrada, de corazón y de fondo, los trasladó a una dimensión única donde la validez de su desnudez refrendaba sus existencias en el cuerpo en éxtasis de un universo pleno de gozo con su presencia todos los días y todas las noches.   
(Continuará...)

domingo, 7 de julio de 2013

Amor después del desayuno

La imagen del reloj de un cartel publicitario en una estación del metro espantó los peces voladores en el recuerdo de su sueño.
Federico Martín había soñado la noche anterior con miles de peces volando por encima de la cubierta del barco donde viajaba, pero no recordaba a dónde.
Abrió el libro que portaba y observó la foto en tamaño de media cuartilla de una pintura que representaba a una mujer sentada al lado de varios libros, revisó de nuevo la ficha técnica adherida en la parte de atrás donde estaba el membrete con el logotipo de la galería, el título de la obra, el nombre del artista, una breve reseña en seis renglones de la pintura y su precio en dólares.

Un día antes había caído accidentalmente de la carpeta de una dama que siempre subía al tren en la estación siguiente de donde él abordaba el metro. A pesar que ambos se bajaban en la estación central no la pudo alcanzar para hacerle notar la pérdida del documento, se había confundido rápidamente entre la multitud de personas en la amplia acera de la estación.