I
…Rulfo no escribió más. Pero, a diferencia de Rimbaud y de
Salinger, no se escapó a ningún lado; se limitó a refugiarse en el Estado
mexicano (esta vez en el INI, el Instituto Nacional Indigenista, donde se pasó
más de veinte años corrigiendo anónimamente los errores históricos y
antropológicos de las publicaciones del instituto), así que padeció de cuerpo
presente la maldita pregunta, desde que publicó sus dos libros (en 1953 y 1954)
hasta que murió en 1986.
Miguel Briante convenció a los de Confirmado en el ’68 para
que lo mandaran a México a entrevistarlo y después contaba que se sintió como
Walsh en “Esa mujer”: el “dónde, coronel, dónde” con que Walsh exigía saber
dónde estaba enterrada Evita, era el “cuándo, Juan, cuándo” de Briante
exigiendo a Rulfo que publicara de una vez esa famosa novela (La cordillera)
que llevaba diez años escribiendo.
Para protegerlo, porque era igual de chiquitito que Rulfo y
casi igual de genial, Augusto Monterroso inventó la fábula del zorro aquel que
escribió dos libros muy celebrados y pasaron los años y no publicaba otra cosa
y todos comenzaron a murmurar y cuando lo encontraban en los cocteles se
acercaban a decirle que tenía que publicar más.
¡Pero si ya he publicado dos libros!, decía con cansancio el
zorro.
¡Y muy buenos!, le contestaban, ¡por eso tienes que publicar
otro!
Y el zorro no decía nada, pero pensaba que en realidad lo
que la gente quería era que publicara un libro malo.
Y, como el zorro era zorro, no lo hizo.
II
Los fantasmas de Rulfo
Por Augusto Monterroso
Juan Rulfo nace, al parecer, en Sayula, estado de Jalisco,
al parecer en 1918, y entra en la literatura fantástica por un camino propio y
singular. En México no hay hombres-lobo, ni seres reconstruidos en una mesa
de operaciones, ni vampiros. Pero abundan los fantasmas que se pasean en los
cementerios y en las calles de los pueblos perdidos por la miseria, o por la
violencia de la Revolución de 1910. Y hay un fantasma que recorre la obra
entera de Rulfo en forma de viento, polvo, desolación y tristeza. Si la
atmósfera de la que hablan los retóricos es un elemento fundamental en las
narraciones fantásticas, las atmósferas creadas por Rulfo son tales que en
ocasiones bastan para producir más de un estremecimiento, querámoslo o no.
Curiosamente, cuando hice en México una especie de encuesta
entre conocedores del género fantástico, varios de ellos opusieron fuerte
resistencia a considerar fantástica esta literat
ura de Rulfo, sustentada en
seres no venidos del más allá, sino en pobres almas no desprendidas aún del
todo de su condición terrena, tumbas a medio cerrar e insinuaciones de muerte
en cada página. Tal vez su argumento en contra se basara, una vez más, en que
en México las cosas "son así". Y bueno, cada quien tiene los
fantasmas que puede. En cuanto a los de Rulfo, difieren ciertamente de los
norteamericanos o los europeos en que, en su humildad, no tratan de asustarnos
sino tan sólo de que les ayudemos con alguna oración a encontrar el descanso
eterno. Sobra decir que son fantasmas muy pobres, como el campo en que se
mueven; muy católicos y, sobre todo, resignados de antemano a que no les demos
ni siquiera eso.
En pocas palabras, lo que ocurre con los fantasmas de Rulfo es
que son fantasmas de verdad. ¿Significa eso que les neguemos también ese último
derecho, el derecho de pertenecer al glorioso mundo de la literatura
fantástica? Sucede asimismo que hace años se creyó equivocadamente que Rulfo
era realista cuando en realidad era fantástico, y nuestra buena crítica estaba
convencida de que lo fantástico sólo se hallaba en las vueltas de tuerca de
Henry James o en los corazones reveladores de Edgar Allan Poe. Entonces se
planteaba también la dicotomía campo-ciudad como el ámbito o los ámbitos
posibles de la narrativa mexicana, y en algunos sectores había como la
necesidad de escoger tajantemente la ciudad en oposición a los problemas del
campo, demasiado usados ya: la ciudad o nada. Rulfo resistió heroicamente esa
demanda absurda y, para bien, se dedicó a escribir lo suyo.
Tomado de La vaca, Alfaguara, México, 1998.