Tus pechos me susurran que en el sentir de la arena el tiempo de tu sombra no es como el del agua. Cae de
la silueta de la rosa abierta a la noche y al destino único de tu aroma.
Entre las estrellas y los
granos del oro y de la sal, los amantes, los náufragos de horizontes titilantes
anidan sus últimas soledades hasta dejar vacío el cáliz de este sol.
Dios ha puesto su índice en
tu pecho y ha dejado para tu piel de princesa un nuevo corazón. Ahora eres una
embriaguez y un canto del mar que ata la brisa a las sandalias de tus pies.
Sediento entre el estruendo
de manantiales puros me disuelvo en la primera lluvia virginal y trueno y
relámpago son el principio del mundo.