En la yegua Frou-frou, una
metáfora sobre el sacrificio
Escultura de Eddy Roos
Acerca de la relación entre
Tolstoi y las mujeres se ha escrito mucho; también sobre Tolstoi y el
feminismo. Al autor de Guerra y Paz le cabe bastante bien el nombre
de escritor vate o vidente. De alguna manera su representación de la Rusia de
los nobles y los campesinos, los plebeyos y los príncipes, anticipa toda la
historia del siglo XX. En su última novela, La resurrección , el
personaje de la criada –violada por un juez, luego acusada de ladrona y asesina
en un prostíbulo y enviada a Siberia por el mismo juez–, anticipa claramente la
revolución bolchevique. La Maslova termina como una guerrillera loca en las
incipientes rebeliones que dieron origen a la Revolución del 17. Pero la novela
había sido escrita veinte años antes.
En Guerra y Paz , se va
a contar el episodio épico más grande de la historia de Rusia, con miles de
personajes, con cientos de escenarios históricos y ficcionales, decenas de
batallas: militares, intelectuales, Napoleón, príncipes, el zar…; pero la
primera baja que tiene la novela es la de una mujer que muere dando a luz. Sólo
un gran autor puede hacernos ver hasta qué punto esa muerte es un hecho
político y forma parte de una masacre que, hasta que él hablara, era
experimentado como un destino fatal de las mujeres.
Pero Tolstoi no era un escritor
simplemente feminista que denunciaba cómodamente las leyes del patriarcado,
también era un crítico de las acciones y la pasividad de las mujeres de la
época y las exhortaba a actuar.
De todos los personajes femeninos
heroicos de las novelas de Tolstoi, hay uno que es especialmente notable en una
escena magistral: una yegua.
Frou-frou es la yegua con la que
el conde Vronsky corre la carrera en la segunda parte deAnna Karenina .
Para ese momento, Anna y el conde Vronsky ya se conocieron y ya bailaron una
mazurka para el escándalo de toda la sociedad de San Petersburgo. El la
galanteó en público y en privado, a él no le importa nada: es joven, es noble,
es un militar de cierta reputación, es libertino, es rico, y es varón. Ella, en
cambio, tiene todo para perder: madre, casada, bella, es una mujer que debe
responder por su reputación y la de su marido. Y por los privilegios de su
vida, que son responsabilidades, debe pagar con su vida. Tolstoi nos hace
comparar la misma situación con el hermano de Anna, que descubierto en una
pequeña infidelidad, es amonestado por su esposa, que se “ofende” por unos
días.
Anna se la pasa durante todo el
libro primero de la novela y parte del segundo, rechazando los galanteos de
Vronsky, aunque se sienta muy atraída por él y por eso que él tiene: su
libertad. Ingenuamente cree que junto a él ambos serán igualmente libres. Dice
no al baile, no a la visita, no a la salida a patinar, dice no a todo lo que
quiere y terminará claudicando. Porque Vronsky insiste una y otra vez, y sabe
que, finalmente, va a hacer lo que él quiera.
La última versión cinematográfica
de la novela, dirigida por el ya célebre adaptador de novelas de “época” Joe
Wright ( Orgullo y prejuicio , de Jane Austen, Expiación, de
Ian Mc Ewan) tiene el controvertido guión de Tom Stoppard. Para enfrentarse con
la novela de Tolstoi, Stoppard eligió dos rasgos fundamentales de la novela: el
teatro y los caballos. Por un lado nos muestra que todas las escenas que
plantea Tolstoi tienen un marco teatral. Con ello Stoppard nos expone un rasgo
fundamental del siglo XIX hasta la mitad del XX: lo que se muestra es más
importante que lo que es, la representación tiene más valor que la realidad. El
escándalo de Anna no es tanto lo que hace, sino que lo haga de manera flagrante,
a la vista de todos.
El otro rasgo resaltado en la
película son los caballos. Se trata de una sociedad y un tiempo en el que los
caballos eran una fuerza poderosísima, pero al mismo tiempo, se había
decretado, por efecto de la máquina de vapor, que su rol fundamental en la
sociedad había llegado a su clímax. Pero en la película, también se quiere
resaltar aquello que los caballos tienen de metonimia entre su cuerpo entregado
al trabajo y la fuerza del siglo XIX y el de las mujeres, entregadas al sacrificio.
En ese libro segundo, Tolstoi nos cuenta una carrera de caballos para
mostrarnos como en una puesta en abismo toda la novela. La carrera comienza con
toda la “sociedad” de testigo. Entre los espectadores está Anna, que llegó
acompañada por su marido Karenin, entre los corredores el conde Vronsky.
Vronsky elige para esa carrera a su yegua preferida, Frou-frou. El está
corriendo contra sus compañeros de armas, son amigos, son compinches que se
conocen y se divierten en el deporte; pero también están compitiendo; son
rivales y todos quieren ganar. Vronsky es uno de los favoritos con su hermosa
yegua y quiere también mostrarle a esa mujer que está en el paddock qué tipo de
jinete es él.
La carrera se desarrolla sin
muchas sorpresas, Vronsky es uno de los que va a la cabeza y tiene apenas dos
contendientes serios. Pero en algún momento de la carrera, otro de los jinetes
se le acerca y lo pasa. Vronsky entonces azota y exige a Frou-frou para que
acelere y ella se exige más, se exige demasiado, hasta que se paraliza.
Entonces Vronsky, lleno de ira y de venganza, la vuelve a azotar, y ella
entonces obedece y va más allá de sus fuerzas, hasta que rueda, ambos caen. El
sale ileso de la caída pero ella se manca.
Tirada, agitada y muda, Frou-frou
mira a su jinete y pide ser matada. Vronsky percibe en ese momento que va a
sacrificar a su yegua preferida, y con lágrimas en los ojos, dispara los dos
tiros de la piedad. Al disparar, él no sabe, porque sólo lo sabemos los
lectores, porque de cierta manera Tolstoi nos lo dice, que la muerte de Frou-
frou prefigura toda la vida futura de Anna y su amante. Él es esa clase de
hombre: los que le exigen demasiado a su yegua, los que le piden a su yegua lo
que la yegua no les puede dar y los que finalmente saldrán ilesos de esa
relación, mientras que su yegua será sacrificada.
Desde la platea donde Anna es
espectadora de esa escena, junto a su marido, ella sufre y en el momento de la
caída no puede ocultar su infortunio y dice: “¡ahhhh!”. Ese suspiro demasiado
sonoro es escuchado nítidamente por el resto de los espectadores y por su
marido. Saben que, desde ese momento Anna es como Frou-frou, una mujer que se
encamina al sacrificio absoluto.
A.Schettini es docente en la
Untref. Es poeta y autor de los ensayos reunidos en El tesoro de la lengua.